martes, 11 de noviembre de 2014

CITA CON RAMA



Bautizado Rama, el asteroide revela ser aún más insólito de lo esperado. Su forma es perfectamente cilíndrica y su velocidad de rotación es superior a la de ningún objeto espacial conocido. La nave Endeavour consigue aterrizar en Rama para realizar una misión científica contra-reloj y realiza tres descubrimientos que cambian para siempre la historia. Uno, que Rama es un objeto hueco; dos, que en su interior contiene un mundo, completo con su propio sistema gravitacional; tercero, que todo ello ha sido diseñado sin asomo de duda por una avanzada inteligencia alienígena.


Rama, el mundo cilíndrico que surca el universo con sus secretos a buen recaudo, es el protagonista absoluto de la novela. Los personajes humanos empequeñecen ante su grandiosidad y sus esfuerzos por resolver el misterio no hacen sino incidir en su incapacidad de abarcarlo. Como suele ocurrir en Clarke, los personajes humanos ocupan el segundo puesto. Sus caracterizaciones, salvo algunas excepciones, son muy elementales. Lo justo para mostrar como diferentes formas de personalidad se enfrentan a los interrogantes cósmicos, meollo de la reflexión de Clarke.


Este mundo-astronave, esta arca como lo define un astronauta religioso, es fuente tanto de alienación como de maravilla. Clarke hace un gran trabajo explicando cómo es plausible que Rama sea capaz de alojar incluso un mar cilíndrico que recorre sus paredes curvas, debido a distintos niveles de presión gravitatoria. Pero no descuida lo que de demencial tendría esto para el hombre que pusiera el pie en ese mundo: que el cielo sobre su cabeza fuera la misma tierra que pisa. La narración se ocupa en extenso de las reglas físicas propias de Rama y los esfuerzos cada vez más fútiles de los hombres por adaptarse a ellas.


Cuánto más vamos descubriendo de Rama, más nos cuesta comprenderlo. Es una forma de administrar el suspense. Las referencias antropocéntricas poco a poco fracasan. En su primera observación los astronautas descubren agrupamientos de edificios y les dan el nombre de ciudades terrícolas. Pero cuando las alcanzan descubren que no tienen nada que ver con un habitat. Incluso la vida surge en el aparentemente muerto Rama, pero como un híbrido orgánico y mecánico.


Un último aspecto a valorar es el de la dimensión espiritual. Únicamente uno de los personajes lo plantea abiertamente, pero las alusiones son sutiles y constantes. ¿Qué mueve a Rama, con qué designio fue creado, y qué lugar ocupa el hombre en él? El libro termina resaltando la obsesión religiosamente familiar de los ramanes con el número tres. El propio Clarke apunta a una interpretación abierta sobre los interrogantes cosmológicos en su dedicatoria. La idea de Rama surgió, nos cuenta, cuando subió “las escaleras de los dioses” en los templos de Sri Lanka.

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